viernes, febrero 29, 2008

Sofía



Es el alba. Quizás para mis manos pueda ser la noche, para la consumación de mis palabras el radiante ocaso, para una magnolia el invierno. Quizás para tus párpados cerrados pueda ser el mediodía que ciega como el espejo del océano. Pero es el alba. La luz dispersa el vuelo de ciertas aves que cantan entre el follaje ardiente y en esa claridad, en esa limpidez, en esa tersura, yo restriego el sueño de mis ojos y si este tuviera un rostro debería ser el tuyo como una adivinanza que cede ante la memoria.
Sofía es anterior a todo esto. Cecilia la soñó, yo la intuí, y ella es todo brisa, todo claridad, cielo desmenuzado en partículas de rocío y nubes cúmulos y pétalos y canto de las aguas, río secreto que desciende desde las altas montañas, cotejando su curso con las líneas de la mano, arrastrando piedras que traen las imágenes de su rumor y de su devenir; acaso proviene desde la fuente de los milagros transitando desde la irrealidad hacia nosotros.

Algo muy sutil pero muy resplandeciente se manifiesta y se conecta con lo que yo soy y con lo que Cecilia es y no tenemos palabras para ello salvo esta dulzura que bordea la insensatez.
Pero Sofía se acerca cada día más a este mundo corporal y sensorial, no digo amoroso porque con Cecilia ya la amamos desde que era un huevito, una célula, un primordio, acompañando su crecimiento y despertar con las locas señas del corazón, augurando siluetas semejantes al paisaje de la noche, trayéndola del sueño como de un naufragio, escuchando latir su corazón con tal fuerza que dan ganas de rezar como se tienen ganas de arrancar un manojo de hojas secas y apretarlas en la mano hasta sentir que se pulverizan. Es el alba y se disuelven los retazos del sueño, donde estás en los brazos de Cecilia, en el centro esplendente del amor.

Yo le leo todos los días un capítulo del Popol Vuh, el libro sagrado y quién sabe si cuando nazca su nacimiento coincida con el capítulo de la creación del hombre, el hombre de carne a partir del maíz, después de los hombres de barro y de los hombres de madera, arrojados al mundo por los dioses.

Es el alba, Sofía. Puedo contarte que ayer vi un colibrí huyendo de una paloma. Fue algo vertiginoso. En cierto modo es la vida que pasó en ese puro instante. Dentro de unas semanas podrás empezar a saber lo que es un colibrí y lo que es el cielo y tal empresa te llevará toda una vida.

Juan Serrano, Febrero 2008

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