Lisboa. Plaza de Comercio. La luz reverbera entre los edificios, las columnas, el mar, las superficies pulidas que juegan a los espejos. La ciudad es un espejo de este ser que soy, este caminante que busca una arquitectura, un rostro humano, un idioma que signifique un encuentro con algo muy profundo que existe en mí y que busco constantemente en el viaje. Yo soy un espejo de la ciudad que bulle, que reclama para sí la nostalgia y la ilusión de esos veleros llamados almas y que arroja esas almas y sus cuerpos discretos a las calles para que consuman sus vidas. Yo también consumo mi vida desgastándome en este caminar sin rumbo fijo, buscando ese tiempo sin memoria en que sólo existe la pura percepción de lo que me rodea, persistiendo en este descubrimiento de calles languidescentes, muros de azulejos manchados, mercados luminosos llenos de imágenes, costumbres, tipos humanos, palabras. Sapateria. Castelo. Bacalhau. Jantar. Quiero estar aquí y estar allá pero allá es aún más inesperado y quiero seguir conociendo. La Baixa. Rua Garret. Rua Augusta. Aspiro este aire con el humo y el aroma de las castañas en el fuego ¿Por qué me he sentido tan bien aquí?
Plaza de Comercio, Lisboa. Cuaderno de Viaje